jueves, 22 de noviembre de 2007

Mujeres

MUJERES.


"He aquí la gran incógnita que no he podido resolver, a pesar de mis 30 años de investigaciones sobre el alma femenina: ¿Qué es lo que quiere la mujer?". Así de perplejo se expresaba el psicoanalista Sigmund Freud.

Hay que reconocer que las mujeres han tenido un trato desdeñoso, cuando no beligerante, en nuestra sociedad. La literatura, tanto a nivel popular como culto, ha exhibido una pirotecnia verbal antifemenina de la que es fácil extraer una antología insidiosa: "La mujer honrada, la pata quebrada y en casa"; "Mujer que habla latín, nunca tendrá buen fin"; "Una mujer amablemente estúpida es una bendición del cielo"; "La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo",y así podríamos seguir durante horas desgranando misoginia histórica.

Evidentemente estamos ante un trato injusto de la mujer en múltiples planos. El nivel lingüístico se muestra veleidosamente sexista: !qué bien suena si decimos que fulano, eminente político, es un hombre público¡ ¡qué connotaciones tan jocosamente peyorativas pueden existir si afirmamos que fulanita, eximia política, es una mujer pública¡

En el nivel social la mujer ha sido anatematizada si atisbaba su capacidad intelectual, terreno vedado para su sensibilidad. Este prejuicio se ve en la actualidad refutado por los millones de mujeres que pueblan nuestros centros de enseñanza.

En el plano afectivo la mujer-amante ha sido objeto de requiebros donjuanescos con ribetes machistas. Un personaje de Álvaro de Laiglesia lo resumía de esta manera: "Las mujeres en España somos como las botellas: a los hombres les gusta echar un trago de una botella abierta por otro. Pero cuando compran una para llevársela a su casa, prefieren que esté sin abrir".

En el terreno laboral la mujer se ha incorporado plenamente al mundo del trabajo fuera del hogar, con lo que esto conlleva de autonomía e independencia.

Finalmente haremos especial énfasis en un apartado que traduce literalmente los prejuicios sociales con respecto a la mujer: la publicidad.

La retórica publicitaria tiene en la mujer un emblema recurrente extrapolable a cualquier producto y situación: da igual un coche, una maquinilla de afeitar o una mesa. Resulta ya un tópico publicitario el ver a la mujer como gancho seductor de productos que nada tienen que ver con ella. La escena del Paraíso con esta nueva Eva insinuante se repite hasta la saciedad en multitud de anuncios: es la mujer que sirve de anzuelo sexual para el macho.

Si nos fijamos en la publicidad televisiva descubrimos dos arquetipos femeninos: la mujer de lujo y la mujer de uso.

La mujer de lujo es la vampiresa que se acicala para seducir y, vender de paso, cualquier mercancía. Los perfumes, las joyas o los viajes son spots propicios para esta función sexual de las mujeres.

La mujer de uso se pone de manifiesto en todos los artilugios que rodean la temática del hogar. Bien es cierto que se han modernizado en sus postulados, pero aún rezuman manipulación de la mujer. Un ejemplo ilustrativo son los anuncios relacionados con la limpieza.

Aquí aparece la mujer de uso, esa candorosa mujer inmersa en la civilización del brillo cuya única felicidad, al parecer, reside en ser solícita doméstica del marido-trabajador y tenerle radiantes los puños de la camisa o mantener impolutos los azulejos de la cocina, aunque sea con la ayuda del mayordomo de la tele. A mí me parece que esta imagen costumbrista no se corresponde con la realidad. El ama de casa ha sido infravalorada y hasta menospreciada porque se ha considerado su trabajo como algo inferior, sin importancia. Y ahí radica el error. El hogar y la familia son asignaturas tan importantes que necesitan de una mano muy especial para ser aprobadas. El ama de casa actual dista mucho, pues, de la persona vegetativa, elemental y primaria que nos presentan los anuncios. El ama de casa, además de preocuparse por la limpieza, los dodotis o el euro, es el soporte sensible y espiritual de la familia, la educadora del hogar, el alma mater de las primeras papillas.

Y a propósito de esto último: sólo hay una mujer jamás cuestionada: la mujer-madre, ésa que ha convivido con los hijos 9 meses más que el padre.

Sigmund Freud no logró descifrar el arcano de la mujer. No leyó a un sensual Arcipreste de Hita que sintetizaba la psicología de la mujer de la siguiente guisa: la mujer desprecia al hombre lerdo; no admite el olvido; gusta de requiebros: es celosa y prefiere que se la escuche en lo que dice; quiere tener la impresión de ser siempre seducida, de caer en el lazo; aprecia el dinero; quiere que el hombre no sea jugador ni borracho.

Nuestra publicidad sí ha leído al irreverente Arcipreste de Hita que de una forma pícara proclamaba que quería a la mujer cuerda en la casa y loca en la cama, o lo que es lo mismo, la mujer de uso y de lujo anteriormente reseñada.

Sea como fuere bien pudieran articular nuestros subconscientes una filosofía conciliadora no excluyente: hablemos no de hombres o mujeres sino de hombres y mujeres, de personas y ciudadanos.

Y recordemos aquel proverbio:

"NO HIERAS A LA MUJER NI CON EL PÉTALO DE UNA ROSA".


Sebastián de la Peña Martín.