jueves, 10 de septiembre de 2009

HAMBRE RETÓRICA Y DEPORTE.

HAMBRE RETÓRICA Y DEPORTE.

Junio 2009. Mi hija pequeña me comunica que quiere participar en una de las múltiples y variadas actividades veraniegas que programa la Concejalía de Deportes del Ayuntamiento de Don Benito. ¡Estupendo! Hasta aquí, todo perfecto: “mens sana in corpore sano” (Juvenal dixit), hay que transitar por la ruta del colesterol, el deporte es salud y tantos argumentos que corroboran la idea de que hay que buscar el equilibrio entre lo físico y lo intelectual. Claro que, si me permiten la digresión, el deporte también es negocio y espectáculo (Florentino dixit mirando a CR9).

Estoy muy contento. La niña se va a divertir mucho este verano. Pero el mensaje no ha terminado: hay que hacer la reserva en la Delegación de Deportes. No hay problema: mañana me acerco a media mañana. ¿A media mañana? “Entonces –me dice mi hija- no podré ir porque las plazas vuelan. El otro día fue a reservar plaza un familiar de una amiga y estuvo en la cola a las 7 de la mañana y por poco no la aceptan”.

Estoy menos contento. Empiezo a acordarme del concejal Ángel Luis Valadés. Pero, bueno, todo sea por la “patria filial”. Yo me iré temprano.

Al día siguiente estaba en la cola a las 6 de la mañana. Me había ido preparando en el coche para tratar algunos temas triviales con el “lucero del alba”, porque a esas horas no habría nadie allí. ¡Qué sorpresa! Ocupé más o menos el número 30. ¡A las 6 de la mañana! A medida que transcurría el tiempo la lista de espera se hacía kilométrica: abuelos, madres, padres, mayores, pequeños: vamos, para hacer un estudio sociológico de la alta participación de los dombenitenses en estas actividades deportivas.

El ritual que rodea estas aglomeraciones está plagado de anécdotas y, sobre todo, de buena gente que cuenta su intrahistoria, sus dudas, sus anhelos, sus opiniones. Me interesó mucho una conversación que mantenía un señor mayor con una jovencita de aspecto anoréxico: hablaban sobre la importancia del aspecto físico en la civilización actual.

Después de conversar largamente (hasta las 9 no abrían), el hombre, a modo de un renovado Patronio contó a la muchacha, cual conde Lucanor reconvertido en mujer, la siguiente historia:

“En aquella casa se había declarado la guerra a la carne. No, no crean que ésta es una historia moralizante con héroes mesiánicamente caballerescos que luchan contra las películas eróticas o los teléfonos de alta temperatura. Este relato naïf trata sobre el hambre retórica en los albores del siglo XXI.

La familia estaba integrada por una hacendosa madre, un padre cuarentón oficinista, una deliciosa adolescente y un abuelo, obsesionado con el DVD.

En aquel hogar vivían bajo la tiranía de la báscula: un kilo de menos suponía un gozoso acontecimiento, un kilo de más desencadenaba una tragedia de peso. Báscula por la mañana, por la tarde y por la noche. ¡Dieta, dieta, dieta!

Sí a muchos litros de agua, no al colesterol, sí a los batidos y comprimidos industriales, no al pan, sí a los milagrosos métodos para adelgazar, no a los dulces, sí a la plancha, no a la sal, sí a la abstinencia, no a la gula.

Todos estaban de acuerdo excepto el abuelo, que era un detractor acérrimo de la alimentación verde y un entusiasta seguidor de la carne, producto condenado al ostracismo en aquella familia de calorías light.

El anciano, que había sufrido los duros tiempos de la postguerra, no entendía este desaforado culto a la estética del cuerpo, no comprendía por qué medio país estaba famélico, muerto de hambre voluntariamente. Recordaba las penurias de los años 40 y se tambaleaba su moral. !Cuántas apetitosas comidas degustó en su mocedad..., en el cine, por supuesto; cuando aparecían aquellos suculentos bocadillos de calamares en las pantallas cinematográficas se extasiaba y engullía opíparamente el menú del 7º arte para alimentar el alma y la ilusión de un niño pobre, porque la realidad cotidiana distaba mucho de aquello.

De entonces le venía su afición al cine, al vídeo, al DVD, a la televisión: tenía grabadas todas las intervenciones televisivas de su heroína, la Bombi, y las visionaba muy frecuentemente. Cuando se dirigía a su hija y a su nieta para reprenderlas por su excesiva delgadez, canturreaba: "Muertas de hambre, un dos, tres...la Bombi sí es una mujer". La actriz venerada trabajaba ahora en una interminable serie de sobremesa “Yo soy Bea”; aunque su belleza perduraba, si bien ajada por el inexorable paso del tiempo, al abuelo le gustaba más la coqueta Fedra del exitoso concurso televisivo del arisco Ibáñez Serrador. Del programa actual se quedaba con las cualidades culinarias de la oronda camarera.

El abuelo exageraba, y además andaba mal de la cabeza. Su hija siempre le contestaba que en estos tiempos era importante el aspecto externo de las personas, que los cánones de belleza habían cambiado, que ya no se llevaba la mujer rellenita y de blancas carnes, sino la esbelta, estilizada, y bronceada, en fin, que todos cuidaban su imagen.

A la nieta, una jovencita de 16 años propensa a engordar, le había picado por aquel entonces el “bichito del amor”, en terminología del fallecido filósofo cantor El Fary, y la muchachita luchaba despiadadamente por hacer desaparecer sus michelines y sus mofletes naturales. Seguía una salvaje dieta, sin ninguna coordinación médica, que le recomendó una amiga suya que había adelgazado 15 kilos con ella; después se descuidó y había ganado 20. Aquella dieta prusiana dio como resultado una lipotimia producto de una inoportuna anemia. El abuelo no dejaba de reconvenir a la nieta y la amenazaba con píldoras, píldoras de jamón, chorizo, chuletas y toda la alimentación que devolviese a su vida la felicidad secuestrada por el ansia de adelgazar.

Bueno, la historia terminó en el endocrino. Unos alimentos equilibrados, paseos y ejercicios dulcificaron la situación. La báscula continuaba siendo la reina del hogar, aunque, eso sí, de forma racional y científica. Y el abuelo seguía sin entender que media España pasase hambre estética de forma voluntaria, porque a él lo que más le gustaba era la gente lustrosa.

Fue el padrino de boda de la nieta y al final del suculento banquete, en el que todos los invitados dieron buena cuenta del menú obviándose por un día las dietas restrictivas, repartió los cigarros y los puros preceptivos. También distribuyó unas fotografías con la siguiente leyenda: "Un, dos, tres... la Bombi sí es una mujer". !Qué ocurrencias tenía el abuelo¡

Conclusión: "El entierro de nuestras calorías debe estar presidido por la estética razonable”.

Fin del cuento.

Y fin de la cola para mí. Han aceptado a mi hija para el curso solicitado.

Ha merecido la pena madrugar. Por cierto, me vuelvo a acordar otra vez del concejal Ángel Luis Valadés: los que escribimos para la revista de la Feria de septiembre de Don Benito ¿podríamos estar exentos de guardar colas para estas actividades?

Es una broma, naturalmente. Al año que viene volveré a ir de nuevo y seguro que aprenderé mucho de las personas que esperan conseguir una plaza para ellos o sus familiares en las actividades deportivas veraniegas. Son hombres y mujeres que están convencidos de que el deporte es uno de los más fieles aliados para “adecentar” el aspecto físico sin tener que acudir a los métodos agresivos de los protagonistas del cuento.


Sebastián de la Peña Martín.


Septiembre 2009. Revista de Feria de Don Benito.